¿De qué hablamos cuando hablamos de arte? ¿Pintura y escultura? Seguramente. También de cine, música y literatura, hasta en sus formas más populares. Ahora quiero extender la definición más allá de lo visual y auditivo y hacia lo olfativo. ¿Puede el perfume, esa botella en nuestro baño o tocador, considerarse arte?
No pretendo contestar la difícil pregunta de qué es arte. Para nuestros fines, quiero quedarme con las reflexiones del filósofo Immanuel Kant sobre lo bello y su primo cercano, lo sublime. Para Kant, la belleza estética viene del libre juego entre nuestras facultades cognitivas. Al experimentar algo estético, nuestros sentidos e imaginación lo conectan en una experiencia placentera.
Se podría decir entonces que el perfume cumple la definición de Kant. ¿Quién no ha olido una fragancia y sentido esa armonía, ese balance que nos deja un buen sabor? Aunque la mayoría de ingredientes del perfume viene de la naturaleza, el o la perfumista no busca simplemente recrear aromas sino combinarlos para crear algo mayor que la suma de sus partes.
Si la experiencia del perfume se quedara en un simple «huele bien», posiblemente no sería suficiente para elevarlo a la dignidad del arte. Quiero argumentar que el perfume también tiene una dimensión interpretativa donde, a través de redes de asociación, puede evocar memorias, lugares o significados concretos. Aromas de cuero o tabaco pueden significar masculinidad (o deconstruirla), mientras que notas cítricas o acuáticas nos transportan a un verano soleado.
No hay que subestimar lo potencialmente dramático de estos encuentros. El lenguaje o lo audiovisual están hasta cierto punto domesticados, mediados por las reglas y formas de nuestra cultura. El olfato suele ser un sentido más primitivo, razón por la cual nos cuesta tanto describir un olor sin recurrir a otros olores. La experiencia de oler un perfume puede rozar en lo que el psicoanalista Sigmund Freud llamaba lo siniestro (the uncanny, en inglés); es decir, puede evocar de golpe una memoria reprimida como el olor a lavanda en la casa de la abuela. No es coincidencia que la novela y película El perfume lo usa como catalista de las pasiones humanas más irracionales.
Hay quienes han llevado esta capacidad interpretativa a lo explícito. La casa Maison Margiela con su línea Réplica busca describir lugares o experiencias usando el aroma. El perfume Jazz Club, por ejemplo, combina tabaco, ron y vetiver para recrear el olor en un club de jazz de Brooklyn, mientras Lazy Sunday Morning describe una mañana de domingo con sus notas florales. Otros favoritos de la comunidad son Zoologist que describe hábitats de animales o Histoires de Parfums que le apunta a momentos y personajes históricos.
Quizás aun más interesante es la propuesta de Imaginary Authors de combinar perfumería con literatura. Cada perfume de Imaginary Authors representa una historia de un escritor o escritora ficticio. Por ejemplo, A City on Fire mezcla cardamomo, maderas y la nota imaginaria de «fósforo quemado» para contar una novela sobre dos fabricantes de fósforos que se vuelven justicieros. No se trata solo de inventar la fragancia y ponerle una historia, sino de que ambos elementos entren en sintonía en los ojos (y narices) de la audiencia.
A la lista podemos agregar casas como Amouage, Creed, Nasomatto y Kilian (cuyo slogan es precisamente «el perfume como arte»). A esta perfumería se le conoce como de nicho y sus fragancias ofrecen aromas fuertes, inusuales y complejos, incluso al punto que dejan de ser usables o agradables en el sentido tradicional. En un caso extremo, Sécretions Magnifiques de Etat Libre d’ Orange huele a sudor, sémen o saliva y se anuncia como «la fragancia que no podrás olvidar, sin importar cuánto lo intentes».
Según el filósofo Jean-François Lyotard, el punto del arte no es siempre dar un mensaje político o moral sino ser un evento irreducible que se resiste a la interpretación y empuja los límites de lo aceptable. Estas fragancias creadas intencionalmente para innovar, romper paradigmas y retar nuestros prejuicios sitúan al perfume propiamente en el registro del arte.
Y si bien es cierto que las fragancias de estas casas suelen ser costosas, en gran parte debido a lo raro de sus ingredientes, hay que desmentir el mito de que el perfume es un interés exclusivo de las clases altas. De hecho, me atrevería a decir que lo opuesto es cierto; que a comparación de otras industrias asociadas con el lujo, el perfume es notablemente democrático.
Mientras en otros rubros reina el esnobismo, la obsesión con el renombre y la calidad, en el perfume hay clásicos que están al alcance de muchos, fragancias de bajo presupuesto creadas por maestros perfumistas como Alberto Morillas, y perfumes de imitación que son perfectamente respetables en la comunidad como una manera de llevar esta experiencia a las grandes mayorías.
Claro que también hay prácticas que atentan contra el arte. Críticos culturales como Walter Benjamin o Theodor Adorno han notado que bajo el capitalismo el arte tiende a convertirse en un artefacto de consumo. El perfume, visto como un producto de uso práctico, es especialmente susceptible a esto. Al igual que con otras formas de producción cultural, la industria del perfume ha sacrificado la innovación y los riesgos por lo probado y conocido. Hoy en día, cuesta encontrar una casa de diseñador que no tenga su versión de fragancia acuática masculina, que vende por lo segura y versátil que es.
Adorno nos recuerda que las bases económicas y sociales siempre afectan la producción cultural y artística. Las nuevas formas de entender la sexualidad han abierto muchas oportunidades para el perfume; no solo ha dejado de considerarse un interés femenino, sino que la deconstrucción de los roles de género ha creado un gran mercado de fragancias unisex. A su vez, la globalización nos ha acercado a otras tradiciones perfumeras muy diferentes, como la de Medio Oriente. Y si los descubrimientos químicos para crear notas sintéticas fueron la primera gran revolución del perfume, la inteligencia artificial podría ser la segunda
Claro que cada quién es libre de oler como guste siempre y cuando se respete la etiqueta, sobre todo en lugares cerrados. El punto no es tanto que todos debamos oler a «Puta de palacio» sino que exista interés, educación y difusión de lo que el mundo de la perfumería ofrece. Sin irnos tan lejos y excéntricos, los noventa en que Tom Ford fue director creativo de Gucci nos dieron grandes fragancias que nadie encontraría exóticas ni pretenciosas. Nuestra orientación como consumidores será clave para determinar si vamos hacia un futuro homogéneo y repetitivo o hacia uno de innovación y expresividad.