Pueden ser muy buenas personas, Kal-El, quieren serlo. Únicamente necesitan luz para marcarles el camino
Rara vez los fans del cómic están de acuerdo en algo. Pero más allá de las rivalidades de DC contra Marvel o quién es el mejor Avenger, parece haber un consenso: a nadie le gusta Superman. Las quejas: Superman es perfecto, Superman es plano, Superman es aburrido.
Hay una crítica tangencial que dice que Superman es invencible. En esta no hay que detenernos tanto tiempo; no solo tiene Superman una obvia debilidad, sino que sus enemigos suelen ser igual o más fuertes que él. Basta decir que a través de los años a Superman lo han derrotado Darkseid, Doomsday, Wonder Woman e incluso humanos como Lex Luthor, Batman o Muhammad Ali.
Siguiendo a Eminem, comencemos por criticar nuestra propia posición. Con la llegada del posmodernismo y la caída de narrativas simples sobre el bien y el mal, las audiencias comenzaron a pedir otro tipo de superhéroes. Después de los desastres del gulag, el Holocausto y la bomba atómica, la ideas de verdad, justicia y el estilo americano se miraban con escepticismo. En respuesta, aparecen en 1986 dos piezas seminales del cómic posmoderno: Watchmen de Alan Moore y The Dark Knight Returns de Frank Miller.
La revolución llegó para quedarse. Los años siguientes nos dieron obras como Kingdom Come, Joker, Civil War, Hawkeye, Deadpool y Logan. La idea era mostrar que si los superhéroes existieran, no serían necesariamente buenos. En el mejor de los casos, serían individuos psicológicamente complicados y moralmente ambiguos; en el peor de los casos, genocidas. De todos los superhéroes de la era dorada, hubo uno a quien este arquetipo le quedó mejor que a nadie: Batman.
La mayoría de millenials crecimos con la trilogía de Christopher Nolan como referente. Lejos del Batman con pezones de Joel Schumacher, Nolan estudió el hiperrealismo de novelas gráficas como Year One, The Killing Joke y The Long Halloween para darnos un Batman violento, oscuro y complejo. El merecido éxito crítico y comercial de la trilogía no tardó en establecer a Batman como el superhéroe interesante por excelencia. Al otro extremo del espectro, Superman parecía incapaz de subirse a este nuevo tren.
Superman Returns (2006) fue la primera víctima. Como película no es mala, pero fue eclipsada por obras más “oscuras y realistas” como Blade, Hellboy, Batman Begins e Iron-Man (que iniciaba su propia revolución). Aquí comenzaron a cimentarse esas ideas que contrastan a Superman con Batman, acusándolo de ser un personaje unidimensional y anacrónico con quien es imposible identificarnos.
Pero la cura fue peor que la enfermedad. David Goyer, Zack Snyder y Warner Bros decidirían aplicar la misma fórmula de Nolan al hombre de acero. Nos dieron Man of Steel (2013), mostrándonos a un Superman conflictuado emocional y moralmente, a un Superman que (spoilers) termina por matar al villano Zod. El trauma de ver eso en pantalla fue enorme para los fans; ni siquiera Batman mata a sus enemigos.
El problema no es tanto que Snyder y Goyer sean malos artistas, ni que Man of Steel fuera una mala película (como sí lo fueron Batman v. Superman o Justice League). El problema es que la ambición de capitalizar sobre el éxito de Batman los hizo olvidar de qué se trata Superman. Cualquier intento serio de rehabilitar al Hombre del Mañana para audiencias actuales debe seguir la fórmula que siguió Nolan: regresar al material fuente.
El cómic también ha tenido problemas en manejar el personaje de Superman para un mundo actual. Hubo sobre todo una tendencia que, por desgracia, aún persiste: la de volver a Superman malvado. Pero entre todos los fracasos hubo dos grandes éxitos: Superman: Whatever Happened to the Man of Tomorrow? del mismo Alan Moore y, sobre todo, All-Star Superman de Grant Morrison.
Superman no es un dios como Thor. Ni siquiera es un genio como Tony Stark o un millonario como Bruce Wayne; es un hombre. Clark Kent fue criado por granjeros en Kansas, quienes le enseñaron los valores de bondad y amor que nos enseñan a todos. Esto hace a Superman posiblemente el más humano (y por eso el más identificable) de todos los superhéroes. Y All-Star Superman, a diferencia de Man of Steel, entiende perfectamente esa esencia. La premisa de la novela es que Superman tiene cáncer y le queda un año de vida. En esta movida tan genial, cualquier argumento de invencibilidad es anulado inmediatamente, ya que la obra gira en torno al Hombre de Acero lidiando con su propia mortalidad.
All-Star Superman se enfoca en las relaciones personales de Clark (con Louis, con Lex Luthor, con su padre), se centra en dudas y ansiedades existenciales profundamente humanas. Nos muestra que el personaje jamás se trató de poder sino de esperanza. Superman, nacido tras la Gran Depresión y el New Deal, se trata del ideal de perfección al que todos (incluyendo el mismo Clark Kent) aspiramos. Superman comparte la intuición cristiana de que nadie es un héroe para sí mismo, pero todos tenemos ese impulso dentro de nosotros.
En otras palabras, la distancia entre Clark y Superman es la distancia entre nosotros y lo que queremos ser. Si Superman en ocasiones parece demasiado bueno o demasiado idealista es porque ese es precisamente el punto. Podemos entender la frustración con ese arquetipo pero ahora que la ironía demostró sus límites y entramos en la era que David Foster Wallace llamó nueva sinceridad, ahora que enfrentamos amenazas existenciales de proporciones globales, es una herejía decir que Superman no es relevante.