Para prepararme para la cuarentena por el COVID-19, me hice de algunos videojuegos para aprovechar la infinidad de tiempo que pasaría dentro de casa. Uno de los que compré fue Katamari Damacy, originalmente lanzado para el Playstation 2, pero ahora remasterizado para el Nintendo Switch.
En el juego controlas al Príncipe, un lindo personaje de unos cuantos centímetros de altura. Él es hijo del Rey del Cosmos, un gigantesco y fabuloso personaje que inadvertidamente destruye las estrellas del universo. Como buen padre autoritario, te pone a la tarea de reconstruir el manto celestial en su nombre.
Para lograrlo cuentas con una katamari, una bola que el Príncipe puede rodar sobre objetos para recolectarlos. Conforme recolectas más cosas, la esfera se vuelve más grande, permitiendote atrapar objetos de cada vez mayor tamaño.
Comienzas recogiendo tachuelas, lápices, fichas, panfletos, hormigas, gomas, galletas. Luego, figuras de acción, macetas, botellas, pájaros, ratones. Después, perros, gatos, sillas, globos terraqueos, leños, escobas, girasoles. Cuando las cosas se salen de control, ruedas humanos, bicicletas, árboles, casas, osos, vacas, molinos y muchas cosas más.
Recogiendo objetos pequeños objetos con la katamari
Una vez que tu katamari alcanza el tamaño deseado por el Rey del Cosmos, este la eleva a los cielos y la convierte en una estrella. En otras misiones, el Rey nos pide restaurar las constelaciones. Para hacer Cáncer, recogemos cangrejos. Para restaurar Piscis, atrapamos peces. Para Geminis, buscamos cosas que sean gemelas.
Como quedará claro después de leer la descripción anterior, Katamari Damacy es un juego extraño, excéntrico, y único. Es un juego que no tiene miedo de ser diferente, dándonos la bienvenida inmediatamente con un divertido video del Rey del Cosmos tocando la guitarra, el Príncipe bailando junto a pandas, patos cantando, y flora multicolor apareciendo por doquier; todo bañado por un arcoiris.
Lo que le da al juego su personalidad es sin duda su estética jovial y ridícula. Llena de colores, personajes lindos, docenas de especies animales y el sensacional Rey del Cosmos, sin duda logrará sacarte más de una sonrisa y carcajada.
A través de esta cacofonía de alegría, Katamari Damacy celebra la vida tanto como se regocija en su ridiculez. A pesar de la apariencia caricaturesca del videojuego, casi todos los objetos en su mundo son cosas que existen en el mundo real. Cuando las congregamos todas a la vez en nuestra Katamari, nos damos cuenta de la cantidad absurda de cosas que hemos inventado los humanos y de criaturas que ha creado la naturaleza
Ver a un oso, un jugo de naranja, una maceta con flores, un osito de peluche, una bolsa de basura, una colegiala, una sandía, un bulldog, una pieza de dominó, y una pistola de agua conglomerados en la misma ubicación es una locura. Es gracioso. Es revelador de la improbabilidad del universo. Nos lleva a preguntarnos cómo es que todo esto existe.
La fabulosa familia del cosmos
El centro de gravedad de las temáticas del juego es el universo. Una vez que terminamos los niveles, el Rey del Cosmos convierte nuestro absurdo aglomerado en una estrella. En la eternidad del tiempo, toda la materia que existe eventualmente se convertirá en polvo de estrellas. Nuestro perro, la lata de Coca-Cola que tomamos hace una semana, nuestra colección de cartas, y nosotros mismos, eventualmente, seremos polvo cósmico.
Katamari Damacy se regocija en que todo esto exista y que semejante locura sea posible. Y a la vez se ríe a carcajadas de que todo esto salió de la nada y volverá a la nada. Es un absurdismo cósmico que afirma a la vida y entiende que nadie está por encima de otros: al final todos seremos enrollados por la katamari.
Cuando empezamos los niveles, nos vemos rodeados de un desorden caótico como una habitación desordenada o una calle llena de centenas de objetos, la mayoría de creación humana. Pero cuando la katamari crece varios metros, estas cosas se vuelven casi invisibles. En su lugar, vemos a las personas y animales deambulando como miniaturas.
En el nivel final del juego, el Rey del Cosmos nos pide crear la luna haciendo una katamari de 300 metros. A este grado, los humanos se vuelven hormigas. Cuando mi katamari alcanzó casi 800 metros, me llevé a la torre de Tokyo, a Godzilla, a un calamar gigante, un arcoíris, y la isla en la que inicialmente rodé a unos ratoncitos.
Arrasando una ciudad con una katamari colosal
Al transicionar de lo minúsculo a lo gigantesco, nos damos cuenta cuan absurda es la frustración de que no nos alcanzó el cambio para la maquinita de refrescos y el hecho de que nos hayamos quedado atrapados en el tráfico. El Rey del Cosmos nos ve a nosotros como nosotros vemos a los insectos deambulando por las hojas de nuestro jardín.
Si todos somos polvo estelar, si somos iguales a todo lo demás, si al final todos seremos aplastados por la katamari de la vida, se vuelve claro que tenemos que respetarnos y querernos, que el éxito de otros es nuestro éxito, que el milagro de la existencia de nuestro planeta debe motivarnos a celebrarlo juntos.
En las secuencia de los créditos, rodamos sobre el planeta Tierra y tenemos la oportunidad de recoger todos los países del mundo. Mientras lo hacemos, la canción que se reproduce en el fondo nos confirma que todos en todas las naciones son iguales, y deberíamos conectar a pesar de nuestras diferencias:
¡AMOR! Conectemos el uno con el otro
A pesar de todos los muros
Que hemos construido entre nosotros
¡INTENTÉMOS! Queremos rodarlo todo
Incluso todos los corazones rotos
¡AMOR! ¡Conecta con todos nosotros!
na na na na na na, na-na na na na naaa, na-na
¡VAMOS! naaaa, na na na-na naaa, na-na, na-na na naaaa ni naaa, ni na na na na naaaa na-na